La muerte como el perdón de los vivos
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(primera vez por la OCG)
- Catriona Morison
- mezzosoprano
- Lucas Macías
- director
Asociación Musical Acorde de la Costa de Granada
A Hector Berlioz no le hizo falta hacerse ninguna de estas preguntas porque su realidad era muy diferente. La nebulosa opiácea parece sumergirnos en un París en el que los afectos y las pasiones sobrevuelan Les nuits d’eté, para ofrecernos seis canciones cuya única conexión real son esos sentimientos puros y universales a los que todo ser humano debe enfrentarse por el hecho de serlo. Berlioz nos abre una habitación repleta de secretos y confesiones, con una simbología que jamás comprenderemos y de la que, casualmente y pese a ser un ávido escritor, nunca desveló ni en sus cartas ni en su biografía. No hay mayor secreto que aquel que todos ven y ninguno comprende. De la misma forma que muchas verdades ocultas no se hacen ciertas hasta que alguien las dice en voz alta. Algo similar les ocurrió a Romeo y Julieta en su desventurado romance, que en tres días causó seis muertes por el simple hecho de desvelar el amor entre dos jóvenes de 13 y 17 años. Berlioz quiso hacer de este gran título una sinfonía con tintes de ópera. Lo cierto es que la tituló Sinfonía dramática, sabiendo de antemano que esta ambiciosa pieza fusionaba todos los géneros. Su escena de amor refleja el afecto infantil más puro, escondido entre matorrales y arbustos para que nadie lo descubra. Otro secreto más cuya verdad mata y reconcilia, abrasa y hiela a partes iguales. Hiroshima nos mostró la barbarie del ser humano. Shakespeare ficcionó nuestra cruenta naturaleza. Y al final, el pavor hacia la muerte de lo propio nos hace, como sociedad, ver en el otro a un compañero y no a un rival.
Texto: Nacho Castellanos Foto: José A. Albornoz