En busca del arte de los afectos

Giuseppe TARTINI
Concierto para violín en La menor, D 115
(primera vez por la OCG)
Johann Sebastian BACH
Concierto de Brandenburgo núm. 3 en Sol mayor, BWV 1048
Georg Friedrich HAENDEL
Concerto grosso núm. 11 en La mayor, op. 6, HWV 329
(primera vez por la OCG)
Antonio VIVALDI
Las cuatro estaciones, op. 8
  • Gordan Nikolic
  • violín y director
Las sombras alargadas de Bach, Haendel y Vivaldi nunca permitieron ver su figura, pero la historia, sabia y paciente, convirtió a Tartini en uno de los padres del violín moderno. Dicen que los grandes genios nacen en tiempos que no les corresponden, y es por ello por lo que, frente a la técnica de sus coetáneos, su arte destella esa novedad tan necesaria para la evolución del pensamiento.

El concierto, como forma, siempre fue el laboratorio musical por antonomasia. Melodías con formas de probetas cilíndricas y complejos fluidos fosforescentes a modo de acordes y armonías que estallaban en mil sonoridades. El barroco permitió que los instrumentos cantasen sin palabras y, dentro de ese canto, encontraron su ansiado arte de los afectos.

El Concierto para violín en La menor, D 115 de Tartini supone el llanto contenido de un violín furibundo que llora y rabia a partes iguales. Conversa con la orquesta y esta parece acompañar su melancolía, contradiciendo en ocasiones sus pesares y resaltando en otras sus inseguridades frente al amor y la muerte. El Concierto de Brandenburgo núm. 3 de J. S. Bach nos sumerge en un afecto más festivo y cortesano, con aires de danza capaces de conseguir que de forma inconsciente sigamos el movimiento acelerado que marca el tutti. Es un concierto que suena a Italia, y del que a veces se intuye esa admiración que Bach sentía por Vivaldi.

Aún así, el arte de los afectos siempre estuvo gobernado por el músico sajón. Haendel conocía los secretos ocultos del género rey, la ópera y, por ende, escondió en sus conciertos pequeños guiños a los grandes éxitos que él mismo cosechó en la ciudad del Támesis. Incluso en su Concerto grosso núm. 11 podemos encontrar un espíritu inmortal que nos recuerda al archiconocido Canon de Pachelbell.

Vivaldi fue imprescindible para los compositores del último barroco. Sus Cuatro estaciones responden a la consagración de la poesía hecha música. Tomando la naturaleza como referente, creó cuatro estados para el alma que evocan la relación de nuestra existencia con la naturaleza. Edificó una catedral del sonido en donde cada pequeña melodía, cada sutil contrapunto significaban una referencia clara y precisa a aquellos elementos propios de cada estación: las lluvias primaverales, la hojarasca del otoño, incluso el sonido de los pájaros en los albores del verano.
Nacho Castellanos